lunes, 12 de septiembre de 2011

Incendios forestales en Córdoba: El fuego deja graves secuelas ambientales


Más de 40 mil hectáreas se han quemado en seis días en Córdoba. Los principales focos parecen contenidos, pero cuando el fuego de los incendios rurales se apaga, no se acaban los problemas. En realidad, empiezan a verse las graves secuelas ambientales y productivas, que son también humanas, y cuyos efectos se prolongan durante años.

La sequía es normal en esta época del año en Córdoba, la esperanza es la lluvia para reducir riesgos de más incendios y generar las condiciones para que pastos y plantas se regeneren sobre los suelos quemados. Pero no cualquier lluvia será bienvenida. La paradoja es que si las primeras lluvias son intensas, provocarán más daños que beneficios. Porque arrastrarían toneladas de cenizas que quedaron sobre las laderas serranas quemadas. Arroyos, ríos y lagos se enturbiarían, pero además serán sedimentos que terminarán en el fondo de los diques, reduciendo su capacidad de embalse, en una provincia a la que no le sobra agua, y aportando contaminación orgánica.

Esas mismas cenizas suelen complicar los procesos de potabilización del agua de las ciudades que se abastecen desde los ríos. Por caso, en 2007, Santa Rosa de Calamuchita tuvo dos semanas sin agua de red al taparse sus filtros.

Mientras, sin cubierta de pastizales o bosques, la escasa tierra de las laderas serranas queda al descubierto, expuesta a la erosión. Esos suelos empobrecidos pierden su capacidad natural de actuar como “esponja” para retener y almacenar el agua de lluvia que luego en los meses de sequía – cuando más falta hace – aportan a las vertientes que alimentan los ríos. El fuego degrada esa esponja y las sierras producen entonces menos agua donde se queman, como donde se deforestan.

Más riesgo de crecidas. No es todo: al perder suelos, las lluvias intensas se precipitan por las sierras más rápidamente, no quedan retenidas y se elevan los riesgos de crecientes de ríos cada vez mayores. Varios aludes de barro y ceniza afectaron ya a pueblos al pie de las sierras en los últimos años.

Además de esos impactos de mediano y largo plazo aparecen otros inmediatos. El calor que deja el fuego genera una mayor evaporación de la humedad del suelo, y los arroyos serranos pierden caudal. El principal afluente del dique La Quebrada, tras tres días de incendios redujo su aporte de agua en un 12 por ciento.

Cuando el fuego se va, los pastos ya no son amarillos sino negros, con lo que el suelo absorbe aún más calor y sigue perdiendo humedad.

Los árboles quemados, para volver a ser lo que fueron, demandarán entre 10 y 40 años, según tamaño y especie. En Córdoba es particularmente grave la pérdida de bosque nativo, tras la altísima tasa de deforestación que registra esta provincia en los últimos 15 años.

Otras consecuencias inmediatas: el ganado, con el que subsisten muchos lugareños, se queda sin pastos para alimentarse; muchos alambrados y otras instalaciones quedan destruidos, y especies de fauna autóctona se reducen notoriamente en las áreas afectadas. El daño en el patrimonio paisajístico salta a la vista y representa un evidente perjuicio en materia turística. En campos de zonas llanas, aunque no haya afectado cultivos en esta época, también deja un impacto ambiental y productivo: al quemar rastrojos (restos de cultivos) se reducen los nutrientes naturales y la fertilidad de la tierra, favoreciendo además una mayor degradación y la erosión de los suelos.

Fuente: La Voz del Interior, Miércoles 7 de Septiembre de 2011

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