Los alimentos transgénicos son
aquellos que incluyen en su composición algún ingrediente procedente de un
organismo al que se le ha incorporado, mediante técnicas genéticas, un gen de
otra especie. Es un Organismo Genéticamente Modificado (OGM), un organismo vivo
que ha sido creado artificialmente manipulando sus genes. Las técnicas de
ingeniería genética consisten en aislar segmentos del ADN (el material
genético) de un ser vivo (virus, bacteria, vegetal, animal e incluso humano)
para introducirlos en el material hereditario de otro.
La biotecnología puede
transferir un gen de un organismo a otro para dotarle de alguna cualidad
especial de la que carece. De este modo, las plantas transgénicas pueden
resistir plagas, aguantar mejor las sequías, o resistir mejor algunos
herbicidas.
La diferencia fundamental con
las técnicas tradicionales de mejora genética es que permiten traspasar las
barreras entre especies para crear seres vivos que antes no existían en la
naturaleza. Se trata de un experimento a gran escala basado en un modelo
científico que está en discusión ya que el conocimiento sobre el funcionamiento
de los genes es todavía muy limitado y las técnicas actuales de ingeniería
genética no permiten controlar los efectos de la inserción de genes extraños en
el ADN de un organismo.
Los transgénicos llegaron con
la promesa de erradicar el hambre en el mundo, basados en una agricultura de
tipo industrial llamada “revolución verde”. Sin embargo, los resultados están a
la vista: la frontera agrícola avanzó sobre los bosques nativos, se produjo
pérdida de biodiversidad, se concentró la tenencia de la tierra, se aumentó
considerablemente el uso de agroquímicos, se contaminaron los suelos, y se
perdió soberanía alimentaria.
Estudios como la investigación
realizada por expertos de las universidades de Caen y Rouen (Francia) sobre
tres variedades de maíz transgénico, MON 863, NK 603 y MON 810, han mostrado
que existen riesgos potenciales para la salud. Han encontrado evidencias de que
existen riesgos asociados a las funciones renales y hepáticas.
El grupo de expertos indica
que está demostrado que el hígado y los riñones reaccionan ante una
intoxicación química provocada por la ingesta de estos alimentos. También se
han constatado efectos negativos similares en las glándulas suprarrenales, en
el bazo y el corazón, se apunta que estos resultados puedan estar relacionados
con los herbicidas y productos químicos utilizados en estos alimentos,
recordemos que son alimentos modificados genéticamente para soportar la acción
del glifosato.
Los riesgos sanitarios a largo
plazo de los alimentos transgénicos presentes en nuestra alimentación o en la
de los animales cuyos productos consumimos no han sido evaluados seriamente y
su alcance sigue siendo desconocido. Nuevas alergias, y aparición de nuevos
tóxicos son algunos de los riesgos que corremos al consumirlos.
Una vez liberados al medio
ambiente los transgénicos no se pueden controlar. La contaminación genética
pone en peligro variedades y especies cultivadas tradicionalmente, y es
irreversible e impredecible, no se puede volver a la situación de partida. Las
variedades transgénicas pueden contaminar genéticamente a otras variedades de
la misma especie o a especies silvestres emparentadas.
¿Cómo se pueden identificar
los alimentos genéticamente manipulados?
Es difícil identificarlos. Los
consumidores argentinos, a diferencia de los europeos y japoneses, no podemos
elegir lo que comemos porque no existe un etiquetado en los productos que
advierta si en sus ingredientes o procesados contienen, o no, organismos
genéticamente manipulados. No se ha previsto ninguna ley que regule este tipo de
tráfico de genes en nuestra comida, y tampoco se ha dado la posibilidad de
estar advertidos de ello. Las empresas, hoy por hoy, no están obligadas a
etiquetar. Las comidas vegetarianas han sido las primeras en ser contaminadas
genéticamente. Le siguieron las carnes elaboradas, luego los aceites, que
suelen utilizarse en margarinas o mayonesas, también los aceites de cocina, e
incluso las golosinas y otros productos de panadería. Hoy, en la Argentina,
consumir algún alimento que contenga ingredientes con soja, es exponerse a un
alto riesgo de introducir en nuestros cuerpos organismos concebidos por la
ingeniería genética, y aún no existen mecanismos para detectarlos o advertirlos
en la comida que se consume diariamente.
Queda todavía un resquicio
para detectar en forma aproximada a la mayoría de estos organismos
genéticamente manipulados. Como se sabe, la soja está presente en el 60% de los
alimentos, y debe recordarse que el 90% de la soja que se produce en Argentina
proviene de la variedad transgénica patentada por la empresa Monsanto. Teniendo
en cuenta esos datos, lo más lógico es suponer que alguien que consume algún
producto con derivados de soja, está comiendo la soja transgénica de Monsanto.
Lo más práctico es analizar la declaración de ingredientes. Hay que prestar
atención en las siguientes palabras en los productos: lecitina (la mayoría
contiene bases de soja) o lecitina de soja (también aparece camuflado con la
inscripción INS 322 o 322), proteína vegetal texturizada, proteína texturada de
soja, dextrosa, aceite vegetal hidrogenado, emulsificante, proteína de soja
aislada o harina de soja. Por el momento, lo único que se puede hacer es evitar
aquellos productos que contengan los ingredientes citados en el cuadro de la
siguiente página.
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